Universidad de la República del Uruguay
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  • A Ricardo Castell Henderson

    La abrupta y trágica muerte de Ricardo nos ha dejado a todos inmensamente conmocionados y perturbados.
    El dolor ante semejante pérdida es indescriptible. Buceamos en lo más profundo de nuestra naturaleza humana en procura de una respuesta que nos permita tratar de comprender semejante inequidad. Pero no hay caso, no encontramos respuesta. Tal vez la explicación hay que buscarla en la absoluta finitud de la vida, que pone de relieve nuestra pequeñez y fragilidad en el andar de este mundo.
    Frente a nuestra precaria existencia nos planteamos y replanteamos tantas, pero tantas cosas, que hacen resonar en nuestra mente las amargas coplas manriqueñas: “ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que en este mundo traidor, aun primero que miramos las perdemos”.
    Una sensación de angustia y de rebeldía nos invade y nos abruma.  “¡Rabia contra la muerte de la luz!” exclama el poeta.
    Hemos perdido al amigo. ¿Qué nos queda? Nos queda el consuelo de todo lo que nos deja: un ejemplo de vida digna y silenciosa, de entrega y de sacrificios, de solidaridad y de afectos, de inquebrantables principios. Un ejemplo de persona; un ser humano con mayúsculas, que vivió la vida a pleno.
    Tuvimos el privilegio de conocerlo a nuestro ingreso a la Facultad en la Regional Norte allá por el año 1985. Su militancia gremial, reveladora de una férrea entrega y compromiso con la causa universitaria, a todos nos cautivó, haciendo fluir naturalmente un acercamiento hacia su persona. Lo que inicialmente comenzó como un vínculo de compañerismo universitario con el tiempo cristalizó en una fecunda amistad que perduró a lo largo de los años. Amistad que nos permitió seguir de cerca su Carrera universitaria, en la que supo encontrar el delicado equilibrio entre los estudios, el trabajo y la militancia, esa misma militancia que lo convirtió en protagonista de una parte importante de la propia historia de la Regional Norte, donde integró diversos órganos de cogobierno. Compromiso que jamás claudicó, porque aun luego de egresar como abogado siguió participando activamente del cogobierno y de la vida universitaria, convirtiéndose en un referente de varias generaciones. Un referente para todos los estudiantes, docentes, egresados y funcionarios; un universitario cabal.   
    El local de la Fundación de Cultura Universitaria, del que estuvo al frente durante más de dos décadas, era siempre el lugar de encuentro de tantísimos universitarios, que en ocasión de ir a comprar un libro, o con la excusa de mirar las novedades bibliográficas, nos acercábamos para conversar con el amigo, mate de por medio, para intercambiar ideas, para reflexionar, y muchas veces porqué no, para pedirle también un consejo. Allí siempre estaba Ricardo, con su característica serenidad, con su sonrisa sincera, con su fino sentido del humor, con su mano tendida. Simple, sencillo, frontal. Siempre dispuesto a escuchar, abierto y receptivo a todos los planteos, por encima de las coincidencias o de las discrepancias, porque abierto de par en par estaba siempre su noble corazón. Esa nobleza arraigada y forjada al conjuro de los más firmes principios cristianos, que profesaba con entereza, certeza y convicción. Siempre con el amor de su familia, con el afecto de sus amigos, con el respeto y admiración de todos quienes bien lo conocían. 
    Para quienes transitamos diariamente los pasillos de la Universidad ya nada volverá a ser igual. Una inmensa sensación de vacío nos envuelve frente a esta joven vida que nos arrebata la muerte, que aún tenía muchísimo para dar. Es que cuando un amigo se va, algo de nosotros también parece partir inexorablemente…
    Pero no todo está perdido. Muchas, pero muchísimas cosas quedan; nos queda su ejemplo de persona íntegra, de ser humano generoso, su figura serena y austera, su imagen imborrable. Nos queda el ejemplo de honestidad y dignidad hecha persona. Nos queda el afecto y la amistad que nos unió y nos seguirá uniendo más allá de esta vida. Nos quedan tantas cosas, para las cuales no hay espacio ni palabras para describir en estas horas de congoja.
    “Sólo sabemos -nos dice Machado- que se nos fue por una senda clara, diciéndonos hacedme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma.
    Vivid, la vida sigue… lleva quien deja y vive el que ha vivido”.

    Jorge (Palito) Rodríguez Russo